sábado, 28 de noviembre de 2015

Capítulo 7




Capítulo 7


    Paolo se plantó frente a la puerta de la Residencia de Santa Marta. No conocía esa parte del Vaticano, como la mayoría de la gente. Se preguntó cuánto del Estado Vaticano desconocía en realidad. Miró la fachada por unos instantes, pero sus ojos se posaron enseguida sobre los dos guardias de la puerta. Parecía que ni respiraban ni pestañeaban. Se preguntó si él sería capaz de cumplir con su trabajo. Supo de inmediato que no.
    Una llamada telefónica lo sacó de sus pensamientos.
    Miró la pantalla. Era de la central.
    —Salvano —contestó.
    —Inspector —era la voz del subinspector Telli—, tal y como me pidió, he indagado todo lo que he podido sobre la vida del doctor Meazza. ¿Recuerda a su mujer?
    Paolo hizo memoria.
    —¿Antonella? —Preguntó sin estar muy seguro del nombre.
    —Sí, la misma. Recuerda que la interrogamos hace dos semanas, en su declaración afirmó no saber nada de las actividades de su marido. Que salía frecuentemente por las noches pero que ella imaginaba que era por motivos de trabajo. Nunca le preguntaba. Pues bien, he vuelto a su casa a preguntar de nuevo ante lo ocurrido. Estaba muy afligida por la muerte de su marido. Mi primera impresión ha sido que, a pesar de ser un asesino, ella lo quería, pero parecía haber algo más. Le he vuelto a preguntar por lo que sucedió con los asesinatos, ha empezado a contarme la misma historia hasta que ha llegado a un punto en el que se ha desmoronado y me ha contado toda la verdad.
    Paolo enarcó una ceja cuando escuchó la última frase.
    —¿Y cuál es?
    —Dice que alguien amenazó a su marido con matarlos a ella y a su pequeño si no hacía lo que le decían. Todo consistía en dejar parte de su ADN en la penúltima escena y aparecer, gracias a su acceso con el Santo Padre en la escena fingiendo ser el asesino. Si él o su familia se iba de la lengua, acabaría pagando las consecuencias. Pero, al parecer, su muerte ha cambiado las cosas y Antonella teme realmente por sus vidas. Está aquí con su hijo, en la central, le daremos protección hasta que todo esto acabe.
    —Entonces se confirma que Meazza no tuvo nada que ver con los asesinatos… —musitó Paolo para sí mismo.
    —Así parece ser. Debo confesarle que esto me desconcierta. Pero por otro lado explica muchas cosas.
    —Sí, desde luego. Buen trabajo, Telli. Encárguese personalmente de que estén protegidos las veinticuatro horas. No quiero más muertes innecesarias. Siga trabajando y averigüe lo que pueda sobre el caso. Manténgame informado. Le dejo, estoy a punto de entrar a un lugar importante.
     Colgó.
     Trató de reordenar las piezas del puzzle que ahora mismo tenía en su cabeza. Demasiadas. Aun así todavía era capaz de llevar cada historia de las que estaban sucediendo aquella mañana separada. Aunque si seguían sucediéndose los acontecimientos, no sabría decir por cuánto tiempo.
    Volvió al tema que le ocupaba en ese momento. Se acercó hasta la puerta del edificio. Al verlo llegar, ambos guardias se apartaron, como si fueran parte de una puerta automática. Lo esperaban.
    Entró.
     Sabía dónde debía dirigirse, Zimmerman le había dejado claras instrucciones. Tercera planta. Él lo esperaba en el pasillo. No le había dejado traer ninguna clase de equipo con él. Sabía del recelo del Vaticano ante estos temas, aun así trataría de convencerlo para poder hacer las cosas a su manera.
    Comenzó a andar por el pasillo hasta llegar a una especie de recepción, que en ese momento estaba vacía. Supuso que por el acto que seguía llevándose a cabo no demasiado lejos de allí. El suelo de mármol causó en él una gran impresión. A pesar de no ser un lugar decorado de manera ostentosa, ese suelo confería al espacio una elegancia sin igual. Muebles austeros pero aun así elegante acompañaban al conjunto.
    Tomó las escaleras de al lado de la recepción. Había un ascensor, pero prefería llegar por su propio pie.
    Al acceder al pasillo de la tercera planta, vio a su anfitrión. Su color de pelo era inconfundible.
    —Muy buenas, Capitán. Aquí me tiene —dijo a modo de saludo.
    —Buenas, inspector. Antes de nada, quiero recordarle el protocolo de discreción que tenemos en el Vaticano. Oficialmente, la muerte ha ocurrido en nuestro suelo y debería ser cosa nuestra y de nuestra propia Gendarmería. Le he llamado por las sospechas que tengo de la relación con su caso anterior. Además de que me he enterado de lo que ha pasado en Regina Coelli. No puede ser casual.
    —Sin ver lo que ha pasado ahí, dudo que lo sea. Demasiadas casualidades para un solo día.
    Zimmerman asintió.
    —Está bien, puede pasar. Espero que sus ojos vean lo que los míos no.
    Abrió la puerta.
    Paolo entró.
   Trató de no impresionarse por la imagen, pero era humano y, a pesar de haber visto durante el transcurso del último caso muertes espeluznantes, no pudo evitar que sus ojos se abrieran como platos.
    La máxima de andar en línea recta en una escena de crimen no valía en ese caso. Había sangre por todos lados y era casi imposible no pisar algo. Paolo optó por pasar por las zonas menos anegadas y así entorpecer lo menos posible la investigación. Llegado a un punto de aparente limpieza, giró sobre sí mismo. En las paredes no había sangre, eso descartaba muchas posibilidades de muerte. Sus ojos se posaron sobre el cadáver.
     Estaba de rodillas, con los brazos en cruz, atado a una silla de madera que había servido para que el cadáver pudiera adoptar esa postura y no caer al suelo. Se asemejaba a un acto de contrición por parte del fallecido. Parecía implorar perdón a una talla de una virgen que reposaba sobre una cajonera que estaba enfrente de él.
     La imagen de por sí ya daba escalofríos, pero la bandeja de aparente plata que tenía enfrente, en el suelo, aumentaba el nivel de dramatismo. Sobre todo debido a los ojos que reposaban sobre ella.
    Paolo no necesitaba mirar la cara de la víctima para saber a quién pertenecían los mismos, aun así lo hizo, confirmando su teoría.
    —Espero que no se los arrancaran estando vivo —comentó el capitán desde la puerta.
    —Los análisis de sangre nos lo dirán, pero apostaría a que sí, tratamos con el mismo demonio.
    Ese comentario hizo que el cuerpo de Zimmerman se estremeciera. Desde bien pequeño, sus padres le habían hablado del demonio y de sus malignas intenciones. No sintió nunca vocación para ordenarse sacerdote, comprendió que su lucha contra el mismo también podría llevarse a cabo desde la Guardia Suiza. Esa fue su verdadera razón para entrar en el cuerpo y pasar las durísimas pruebas de acceso.
     —¿Cuál es su identidad? —Quiso saber Paolo sacando al capitán de sus pensamientos.
     —Se trata del cardenal Sousa, portugués.
     —¿Es uno de los posibles «nuevo Papa».
     —Todos los cardenales son elegibles.
     —Ya me entiende.
     —No, no está en las quinielas de los nombres que suenan con fuerza.
     —Por lo que podríamos descartar un juego de poder…
     —Me temo que sí.
     Paolo miró la talla.
     —¿La virgen ya estaba ahí antes?
    —Tengo que asegurarme, pero me temo que no. Los huéspedes suelen tener muchas manías en cuanto a sus adoraciones y Juan Pablo II ordenó en su día que las habitaciones estuvieran inmaculadas siempre para así evitar cualquier tipo de incomodidad. Le parecerá una tontería, pero igual que mucha gente es hincha de un equipo o de otro, en muchas ocasiones los cardenales también lo son en cuanto a santos.
    Paolo lo miró extrañado. Aquella explicación era muy surrealista, pero prefirió no seguir con el tema.
    —Entonces, entiendo que el asesino la ha colocado, no creo que el cardenal lo hiciera para rezar, ¿no?
    —Lo dudo, la residencia tiene una capilla preciosa a la que los inquilinos pueden ir a rezar siempre que deseen.
    Paolo respiró hondo. Aquello iba tomando forma.
    —¿No les pareció raro que el cardenal se ausentase en el funeral? ¿Nadie lo echó en falta?
    —No es la primera vez que pasa en un funeral. Verá, inspector, aquí, por la noche, suceden cosas extrañas. Cosas con las que solemos mirar a otro lado y ya está. Muchas veces los cardenales no se encuentran en condiciones de cumplir con sus obligaciones. Nadie les recrimina nada, tienen absoluto poder. Y por favor, le agradecería que cambiásemos de tema.
    —Está bien —comentó un resignado Paolo—. ¿No hay cámaras de seguridad en las instalaciones?
    —Solo fuera. La privacidad de los huéspedes es de suma importancia.
    Paolo cerró los ojos y se aguantó las palabras. Sentía la necesidad de decir lo que pensaba sobre todo ese secretismo Vaticano pero prefirió callar. Necesitaba estar de buenas para poder llevar a cabo su trabajo y a atrapar a ese hijo de la gran puta.
    —Bien, está bien. A priori no hay nada que pueda contarle excepto lo que usted mismo puede ver.     Necesito que el equipo de criminalística trabaje con el cuerpo, puede decirnos mucho. De hecho, en el resto de asesinatos siempre lo hacía. Llamaré…
    —No puede hacer eso —le cortó de pronto Zimmerman mientras Paolo ya sacaba su teléfono móvil del bolsillo.
    —¿Cómo dice?
    —Como sabrá, nos encontramos en suelo Vaticano. Todo lo que pase aquí nos pertenece, no puede sacar el cuerpo de nuestro Estado. Además, se airearía el tema y no quiero que pase eso. No quiero pánicos innecesarios.
    —¿Pero qué coño me está diciendo? —Paolo no pudo más— ¿Entonces qué quiere que haga? ¿Para qué cojones me ha llamado?
    —Cálmese, lo primero —respondió el capitán en un tono conciliador—. No le he dicho que no vaya a trabajar con el cuerpo, le he dicho que no lo hará fuera del Vaticano. Tenemos nuestras propias instalaciones forenses bajo nuestro cuartel.
    Paolo enarcó una ceja, ¿aquello era verdad?
    —No me mire así —continuó hablando Zimmerman—, como ya le he dicho, somos un Estado con todo lo que ello conlleva. ¿De verdad le parece tan raro que tengamos una morgue? Le recuerdo que los sacerdotes y cardenales que viven aquí, por muy santos que sean, también mueren. Funcionamos perfectamente como país.
    —¿También tienen laboratorio?
   —Sí, no demasiado grande ni lleno de aparatos inútiles, pero sí lo esencial. Somos capaces de comparar muestras de ADN en un tiempo récord. Nuestra base de datos está conectada con la de la Interpol, por lo que tenemos acceso a más cosas de las que usted cree.
    Paolo no supo qué responder. Su enojo no cesaba porque se sentía atado de pies y manos, pero el alivio era evidente al conocer que al menos, no tenía que trabajar en condiciones difíciles.
    Esperó que todo aquello no se le fuera de las manos.
    —Está bien. En se caso supongo que también tendrán equipo de criminalística. Haga el favor de llamarlos.
    —Sí, lo tenemos. Se ocupa la Gendarmería Vaticana, aunque la mayoría de la gente no tiene ni idea de eso. Al frente de ellos está el Inspector General Sestta. Es un hombre de complicado carácter, pero uno de los mejores policías que he visto en toda mi vida. Los llamo enseguida.



    Alloa y Chrystelle entraron al despacho. El italiano se giró sobre sí mismo para echar un vistazo a su nuevo lugar de trabajo. Todavía no había llegado a asimilar del todo que estuviera en París dispuesto a llevar a cabo una investigación. ¿Quién se lo hubiera dicho cuando se había levantado esa misma mañana?
    Chrystelle ya se había quitado el uniforme de agente y su atuendo había pasado a ser unos pantalones vaqueros azules y un jersey de color salmón. No se esmeraba demasiado a la hora de elegir su ropa.
   —¿Por dónde empezamos? —Quiso saber Chrystelle que se mostraba prudente ante su inexperiencia.
     —Creo que sería conveniente saber por qué ha elegido ese punto. Qué significado puede tener para él.
    —¿No puede ser sólo por atención mediática?
    —Podría ser, pero si es nuestro hombre no actúa así. Cada lugar escogido tiene su significado.
   —Pues por Notre Dame ha pasado de todo y, por su plaza, todavía más. No conozco la historia al completo de ese lugar, pero sí sé que ha sido centro neurálgico de París desde que se construyó.
    Alloa quedó pensativo durante unos instantes.
    —¿Sabe si alguien fue alguna vez quemado vivo en ella?
    Chrystelle lo miró como si le hubiera dicho de mirar un ovni mientras pasaba.
    —No sé… así de primeras… Espere, lo compruebo.
   Tomó asiento frente al equipo informático, estaba encendido. Abrió el navegador y tecleó su búsqueda. Abrió el primer resultado.
    —Joder, sí. Aquí habla de que hace setecientos años fue quemado Jacques de Molay, el último Templario.
    —Un momento, un momento, ¿ha dicho Templario?
     —Sí, pero…
    La maquinaria de la cabeza de Alloa comenzó a hilar.  Quedó unos instantes en silencio ante la mirada curiosa de la recién nombrada subinspectora, que no entendía nada de lo que estaba sucediendo.
     —¿Inspector?
    —Creo que ya lo entiendo todo. De momento nos vamos yendo hacia la plaza, el asesino nos ha dejado algo, de eso estoy seguro. Durante el trayecto le contaré detalles de la investigación que no conoce, es más, pocos los conocen. Sólo le pido que no me tome como a un lunático. La historia es algo increíble. Y por favor, empecemos a tutearnos, que somos jóvenes.




     El trayecto de la comisaría hasta la plaza era relativamente corto, pero a Alloa le dio tiempo, resumiendo eso sí, de contar todos los pormenores sobre la investigación, incluyendo la historia de los Templarios y todo lo que le rodeaba.
    —¿Todo esto es real o me estás tomando el pelo? —Comentó Chrystelle nada más acabar el inspector la historia.
     —Te prometo que yo tampoco creía nada, pero parece ser que todo es tan real como el aire. Sé que es difícil de asimilar, pero todo cobra sentido con esta historia. Ellos se hicieron pasar por Templarios, dudo que la orden siga existiendo a día de hoy, pero al parecer los han asesinado como se hizo con los últimos miembros, digamos legales, de la orden.
     —Y ahora viene cuando me explicas por qué necesitabas venir, qué es lo que esperabas encontrar en ella.
    —No lo sé exactamente, sigo una corazonada, sin más. Pero si algo he aprendido durante la investigación que llevé a cabo junto al inspector Salvano, es que nada es casual, que cada acto que comete lo hace de una manera muy estudiada. Es demasiada casualidad lo de los Templarios.
    —Ya, si en eso estoy de acuerdo, pero sigo sin tener claro a qué vamos. Nuestro equipo registró minuciosamente la escena. No hay nada más.
    —Siempre lo hay, créeme. Estas investigaciones siempre van un poquito más allá.
   Cuando llegaron a la misma, Alloa no pudo evitar abrir la boca como cualquier turista ante la majestuosidad del conjunto arquitectónico.
    A Chrystelle le divirtió esa reacción. Parecía que el inspector no había salido demasiado de su ciudad.
    Sin esperar, lo dirigió hacia la zona en la cual habían encontrado los cadáveres. Ya se había levantado el cordón, se había limpiado y la gente paseaba tranquila, ajena a lo sucedido en su mayoría.
     —Aquí los encontramos. Ahora, con todo limpio, dudo más todavía si cabe que encontremos algo.
    Alloa giró sobre sí mismo mientras comprobaba el terreno. Tenía que haber algo más, siempre lo había.
    —¿Qué decía la nota que habían encontrado dentro de uno de ellos? —Le preguntó a la parisina.
    Ésta extrajo su teléfono móvil de la chaqueta de pluma que se había colocado al salir y buscó en la galería fotográfica. Al encontrarla, leyó su contenido al inspector.
    —Inspector Salvano, como ve, San Pedro acabó cayendo. La segunda profecía concluye. El juego continúa. Como Templarios creyeron vivir y como Templarios han muerto. El fuego que purificó a unos es el punto de comienzo de la tercera. Buena Caza.
    —El fuego que purificó a unos es el punto de comienzo de la tercera… —repitió Alloa.
    —¿Le dice algo esa parte, inspector?
    —Nos está diciendo algo con eso. Hay algo que comienza con el fuego.
    —¿Con el fuego?
    —Algo así tiene que querer decir. Joder, esto se le da mejor al inspector Salvano que a mí, odio las adivinanzas.
    —A mí, en cambio se me dan bien. ¿Cree que es algo parecido a un acertijo?
    —Conociéndolo, sin duda.
    —Fuego… punto de comienzo… feupoint de dèpartpoint zero
    De pronto, Chrystelle se giró sobre sí misma.
   —¿Cómo dices? —Quiso saber Alloa extrañado por las palabras de la joven y el giro brusco que había dado.
    —Sígueme, creo que podemos encontrar algo.
    Alloa obedeció y comenzó a seguir a la subinspectora, que había echado a su vez a correr en dirección a la catedral. No entendía qué estaba sucediendo, pero esperaba que la intuición de la joven fuera tan buena como le había vendido Moreau.
    —Aquí es —dijo ésta cuando se detuvo mientras miraba hacia el suelo.
    —¿Qué es esto? —Preguntó el inspector mirando un objeto redondo que había en el suelo.
   —Es el point zero, aunque muchos lo conocen como el point de dèpart, pues es el punto de comienzo de todas las carreteras. Es demasiada casualidad.
    —No lo es —comentó un satisfecho Alloa mientras se agachaba a mirarlo más de cerca— Mira, ha sido manipulado.
     Chrystelle se fijó en los bordes del octógono central de bronce que contenía una estrella de ocho puntas. En efecto, parecía que lo habían levantado recientemente pues había una leve separación entre sus cantos y la piedra de alrededor, en la que se podía leer Point Zero des rutes de France.
     La subinspectora, consciente de lo que iba a hacer el inspector, se levantó y alejó a los turistas que miraban extrañados al par de policías pues querían hacerse la típica foto. Alloa extrajo un pañuelo de papel de un paquete que llevaba en su bolsillo y, después de meter con extremo cuidado la uña entre el bronce y la piedra, envolvió las llevas yemas de sus dedos para no dejar sus huellas en él, por si acaso.
      Lo levantó y miró lo que había debajo del mismo.
     —Chrystelle, llama a Científica. Yo tengo que llamar urgentemente al inspector Salvano.





       Paolo colgó tras asistir atónito a las palabras del inspector Alloa. No podía creer lo que le acababa de relatar. Pasó su dedo pulgar e índice por su frente para después bajarlo sobre el tabique. Necesitaba ayuda y la necesitaba ya. Sólo había una persona que se la podía proporcionar. Aquello empeoraba por momentos.

1 comentario:

  1. Muy interesante y creíble la historia que se abre en cuanto a Meazza y su familia...Deseando saber qué pista es la siguiente que ha dejao el asesino, y qué es lo que Alloa tiene que comunicarle a Paolo...como siempre, nos dejas comiéndonos las uñas...jejeje...gracias por compartir...:)

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