miércoles, 5 de septiembre de 2018

Relato regalo por 10.000 seguidores en Twitter


Nota del autor:

Este relato nace como un regalo mío hacia vosotros por llegar a 10.000 seguidores en la red social Twitter. Se me ocurrió hacerlo tal y como surgió mi novela Kryptos: vosotros me mandabais un inicio de relato y yo tendría que continuar con el que resultara ganador. Ganador, por cierto, que vosotros mismos elegisteis. La ganadora no fue otra que @Lapijortera (nick de Twitter), con un inicio asombroso y que daba para mucho. Lo cierto es que ganó ella, pero había tal calidad que podríais haber sido cualquiera de vosotros. Ante eso me descubro y sólo puedo daros las gracias. Ahora, el texto que vais a leer, contiene el inicio del relato (en color rojo) que es obra de @Lapijortera, y a partir de ahí, yo lo he continuado. Si os gusta, me encantaría que me lo contarais. Si no, de igual modo hacedlo, siempre viene bien aprender.
Gracias por todo, criminales.


Blas Ruiz Grau (@BlasRuizGrau)









No tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí.
Estaba descalza y sus pies parecían limpios, así que supuso que no había sido caminando, pero tampoco veía su coche por los alrededores. Sólo árboles. Cientos de árboles. Y oscuridad.
Esa maldita oscuridad era la que hacía que su corazón bombeara a un ritmo mayor de lo habitual. Ni siquiera no saber por qué coño estaba ahí, en medio de la nada, superaba esa sensación de ahogo de no ver dos metros más allá de sus ojos. Trató, en vano, de apartar esos pensamientos y reorganizar sus ideas para intentar entender qué hacía allí. ¿Quién la había dejado en no sabía dónde? Aunque, quizá, la pregunta que imperaba por encima de todas era: ¿por qué?
Miles de conjeturas comenzaron a agolparse en su cerebro. No sabía qué hora sería, pero sabía perfectamente quién era y cómo había sido su vida hasta al menos, unas cuantas horas atrás. Esperaba que no más, pero estas horas perdidas en su mente eran, precisamente, las que más interrogantes le planteaban. Lo peor era que, por mucho que lo intentara, aquello era una laguna total.
¿Qué podía hacer ahora?
Quizá lo más lógico era andar, tratar de salir de aquella maraña de árboles, pero, ¿y si por el contrario acababa perdiéndose más?
Recordó aquella frase que no paraba de repetirle su abuelo —aquél que hizo de padre mientras el otro hijo de puta se iba con su otra familia a darles de todo—: «la vida está hecha para los valientes»; por lo que decidió comenzar a dar pasos hacia adelante. Lo hacía despacio, asegurando cada pisada pues no sabía ni lo que podría encontrarse en el suelo. Puede que estuviera en Saint Peter’s Hills, esas colinitas que se veían preciosas desde la ventana del salón de su casa, pero que ahora se mostraban amenazantes frente a ella. Quizá era demasiado suponer, pero no estaban demasiado lejos de su último recuerdo lúcido —en el que se veía arreglándose en casa para salir a cenar con Marshall, su marido, para celebrar el cumpleaños de ella, que era al día siguiente—. ¿Todo había sucedido durante la cena? ¿Realmente había llegado al restaurante donde le esperaba Marshall? ¿Qué habría sido de sus dos hijos?
Hasta donde ella sabía, la hija de los Rodríguez, esos inmigrantes españoles venidos a más gracias a la explosión de la burbuja financiera, tendría que estar cuidándolos. O no. La idea de que a ellos también les hubiera pasado algo hacía que sintiera una fuerte presión en la zona del pecho.
Trató de serenarse, lo importante era salir de ese horrible lugar. No supo si era fruto de la paranoia, pero detuvo sus pasos ante el crujir de ramas secas quebrándose. A pesar de que no veía nada, cerró los ojos, como si estuviera implorando a un Dios en el que nunca creyó para que no le pasara nada. Durante el tiempo que estuvo quieta, sin mover ni un músculo de su cuerpo, no escuchó nada, así que decidió volver a andar. Llevaba las manos por delante, para tratar de no chocar con nada de frente. Cuando palpaba un árbol de cara, giraba sin llevar un sentido lógico hacia izquierda o derecha, según su propio instinto le dijera que tenía que hacerlo. ¿Podría fiarse de él?
Siguió avanzando sin haberse parado a pensar que estaba haciéndolo con un vestido incomodísimo para ese menester. Era el escogido para la cena, no porque quisiera seducir a su marido con algo tan espectacular y corto como lo que llevaba, era que, en su día a día, la doctora Sarah Scott siempre lo hacía así. Llevaba sus cuarenta y tres con la cabeza bien alta, nadie le había regalado nada, nunca, por eso no dudaba en mostrarse orgullosa frente a todo lo conseguido. Tanto en su aspecto exterior como en otros términos profesionales.
Sí, era una cirujana plástica mundialmente conocida y la gente se daba de tortas para conseguir una cita con ella. Esto le había traído una vida de lujos que incluían una casa de más de cuatrocientos metros cuadrados en el mejor residencial de toda la ciudad, varios coches de aspecto impecable y todo lo que pudiera desear cualquier persona de a pie. Incluido un marido que la amaba y dos hijos que, con sus cosas habituales de niños pequeños, eran todo lo que una madre podría querer.
Aunque ahora, nada de eso importaba. No sabía dónde estaba, cómo había llegado hasta allí o qué iba a hacer a partir de ahora.
Se paró de nuevo en seco. El ruido de ramas y hojas secas pisadas ahora era más evidente. Algo o alguien no andaba demasiado lejos de ella.
Intentó, en vano, controlar su respiración para hacer el menor ruido posible, pero el entrar y salir del aire delataban con claridad su posición. Si acaso hubiera logrado apaciguar esto, estaba su corazón que bombeaba sangre y retumbaba en su caja torácica de una manera bestial.
No sabía qué hacer. Echar a correr podría ser un suicidio porque podría acabar de mil maneras y ninguna de ellas buena. Andar con cautela, más de lo mismo, pues se convertiría en presa fácil para lo que fuera que hubiera cerca de ella. Optó por quedarse quieta. O quizá no optó, ya que sus piernas no se movían del sitio.
Volvió a valorar sus opciones. Mientras lo hacía, no supo si de verdad lo escuchó o no, pero le pareció oír el sonido que emitía un iPhone cuando terminaba de grabar un vídeo. Eso la puso más nerviosa, porque descartaba que las pisadas fueran de un animal. Notaba como las palmas de la mano le sudaban. También la espalda. De pronto, comenzó a escuchar de nuevo esos pasos pero, al contrario de lo que esperaba, parecían alejarse.
¿Aquello estaba sucediendo en verdad?
No le dio tiempo a responderse a sí misma porque el sonido volvió a cambiar de dirección y velocidad. Ese alguien corría hacia ella.
Sin pensarlo, ella respondió también con una carrera. Dio gracias de nuevo a quien fuera que estuviera ahí arriba por haber permitido que sus piernas se movieran. Durante la carrera también tuvo suerte de no estamparse con un tronco de árbol de cara, no supo como, pero podía esquivarlos como si los estuviera viendo, cosa que no pasaba. Lo que sí sintió fue varios latigazos de ramas que la golpearon sobre varias zonas de su cuerpo. No le importaba, sólo quería salir con vida de ese laberinto.
Lo siguiente que pasó no lo supo calificar como buena o mala suerte. Sus dudas comenzaron cuando cayó rodando por una especie de barranco, no demasiado alto, eso sí, pero que hizo que su cuerpo se llenara de múltiples magulladuras. Eso podría considerarse mala suerte. Lo que entendía como buena fue que parecía que, quien fuera que la estuviera persiguiendo, se había detenido en seco antes de caer. Esto implicaba que le sacaba una ventaja. Por otro lado, cuando consiguió levantarse del suelo y limpiar las piedrecitas que habían quedado adheridas a su cuerpo, en parte clavadas, en parte pegadas a la sangre que manaban sus heridas, comprobó que estaba al lado de la carretera que daba acceso a la ciudad y, por consiguiente, su propio residencial.
Le costaba horrores, le dolían mucho las piernas tras el trastabillazo, pero comenzó a andar con cierta ligereza hacia la civilización. Seguía sin entender cómo había acabado ahí, pero al menos lograría poner su vida a buen recaudo. Ya habría tiempo de conocer detalles.
El tramo que la separaba de su residencial no era demasiado grande, pero tal y como llevaba el cuerpo, le supuso un gran esfuerzo llegar hasta él. No dejaba de mirar atrás, por si veía a la persona que la estaba persiguiendo hacía unos momentos, pero no veía a nadie. Peor aún, ni siquiera pasaba un mísero coche por la carretera. Esto le indicaba que no debían de ser unas horas demasiado normales, pues la carretera no es que fuera una autopista en cuanto a tránsito, pero más o menos sí tenía un volumen normal de coches pasando. Si no había ninguno, es que debía de haber entrado bien la madrugada. Cuando llegó a su residencial, la cosa no cambió demasiado. Ni un alma por la calle. Quizá fuera lo normal si era tan tarde. Renqueante, llegó hasta su portal.
El corazón casi se le paró cuando vio que había una gran mancha de sangre que asomaba por debajo de la puerta.
Nerviosa, sin saber qué hacer, sin saber si la estaban persiguiendo para acabar con su vida o, quizá, para algo peor, comenzó a mirar para un lado y para otro. No se le ocurrió otra cosa que comenzar a tocar el timbre como una loca. Daba golpes en la puerta con los puños, patadas, gritaba como si no hubiera un mañana, pero nada. Ni tenía respuesta de su casa ni, lo que era peor, ningún vecino salía a asomarse por la ventana para ver qué estaba sucediendo.
Sarah, a punto de perder del todo la cabeza, no podía entender nada. ¿Dónde estaba todo el mundo? ¿Qué había pasado?
Se olvidó de sus dolores y comenzó a correr a casa de los Brady. Era la más cercana a la suya propia. Su relación con ellos era normal, tirando a cordial. Algo que ella se obligaba a hacer pues no soportaba a la señora Brady, esa sumisa en manos de su marido que no era capaz ni de decidir qué ropa se ponía sin la aprobación de éste. Llegó hasta su portal e hizo lo mismo que en su casa: comenzó a tocar el timbre desconsoladamente, a dar patadas, puñetazos, hasta empujones a la puerta. Pero ni obtuvo respuesta ni consiguió abrirla.
Malditas puertas de seguridad, pensó.
Trató de recomponerse. Así no iba a conseguir nada, aunque todavía no sabía ni lo que quería conseguir. Se giró sobre sí misma y vio que en su casa, en uno de los laterales, había una ventana medio abierta. Ni lo pensó. Corrió a toda velocidad.
Treparla fue otro cantar. El dolor había vuelto a aparecer y cada paso dado era como si le clavaran cientos de cristales sobre pies y piernas. A pesar de esto, consiguió entrar por la ventana. Caminaba con sus emociones divididas. Por un lado, querer saber qué había pasado. Por otro, el miedo a que esa verdad fuera aterradora.
Llegó hasta la parte en la que, supuestamente, estaba el gran charco de sangre.
Efectivamente, ahí estaba, pero la cosa no quedaba ahí. Partiendo de él y, hacia las escaleras, había algo muy parecido a unos dedos que se habían arrastrado por el suelo y habían dejado un camino de diez carriles sanguinolentos. La imagen era un verdadero espanto. Intentó encender las luces, quería poder verlo todo con claridad, pero no funcionaban. Puede que alguien las hubiera cortado.
Optó por subir las escaleras. Lo hizo con las piernas temblorosas, no sin antes haber accedido a la cocina y haber tomado un cuchillo de grandes dimensiones con ella. Llegado el momento de tener que utilizarlo, no tenía tan claro que pudiera, pero a pesar de ello lo llevaba. Quizá más por intimidar que otra cosa. Tenía mucho miedo de qué podría encontrar allí. La muerte de su marido le dolería mucho, muchísimo, un dolor indescriptible, pero nada comparado con saber que a sus hijos les había pasado algo. Esto sí la mataría de manera fulminante. Aun así, necesitaba saber, por lo que no se detuvo.
Al llegar arriba, comenzó a andar tratando de hacer el menor ruido posible. Otra vez no sentía el dolor. Ella lo atribuyó a la segregación de adrenalina. Sus niveles tendrían que ser demenciales en esos momentos.
Siguió caminando. Miró en su habitación primero. No había nadie. Lo único digno de remarcar, era que la cama estaba deshecha. Hasta donde ella alcanzaba a recordar, ese no era su estado cuando ella se estaba arreglando. Por lo demás, todo parecía en orden. Llegaba el momento. No sabía si estaba preparada o no, pero tenía que hacerlo.
Con paso decidió salió de su habitación y fue directa a la de los niños. Entró como una autómata, desprovista de sentimientos de manera involuntaria, como en un estado de shock preventivo por lo que pudiera encontrar allí adentro.
Pero no había nada fuera de la habitual. Eso sí, las camas también estaban deshechas y con signos de haber sido usadas. Como si alguien los hubiera sacado de ahí sin previo aviso. Sin más.
¿Dónde estaban?
¿Qué estaba pasando?
Imbuida en esas preguntas, escuchó cómo alguien intentaba abrir la puerta principal del domicilio. Alerta, corrió hacia las escaleras y se agachó frente a la barandilla que había en la parte superior, al lado de éstas. Desde ahí veía casi de pleno la entrada del hogar, por lo que podía observar quién intentaba entrar. La persona actuaba de una manera bastante torpe con el pomo. Lo demostraba el ruido de unas llaves que no dejaban de moverse en el intento de meterse dentro de la cerradura. Cuando por fin lo logró, Sarah sólo tuvo que esperar unos segundos para ver la imagen más rara y a la vez espantosa que hubo visto jamás.
Un hombre corpulento, vestido con un peto infantil caminaba lento, mirando hacia todos lados. Supo que era un hombre por la rudeza de sus brazos, que mostraban el antebrazo desnudo. Lo que más impactaba de la imagen era que llevaba una máscara de payaso colocada sobre la cara. Era completa, de las que tapan hasta la nuca del que se la pone. Esto le impedía ver ningún rasgo de ese jodido loco. Y sí, sabía que no debía de estar en sus cabales porque portaba en la mano derecha un gran cuchillo empapado en un líquido que no podía ser otra cosa que sangre.
Dio unos pasos hacia atrás a la vez que se incorporaba. Si aquél tipo era un psicópata, se disponía a subir por las escaleras, por lo que esa vía de huída quedaba descartada. Pensó todo lo rápido que la situación le permitía. Recordó el gran árbol que había cerca de la ventana de sus hijos y lo consideró su única opción de supervivencia. Corrió todo lo que pudo, sin mirar atrás. Desconocía si el maníaco subía lento o rápido, esto no importaba. Ella tenía que ser veloz. Guardó el cuchillo grande detrás, en su espalda, por dentro de las bragas y, saliendo por la ventana, se preguntó si no sería la misma persona que la observaba en Saint Peter’s Hills. Seguro que sí.
Esto no hacía sino que se planteara nuevas cuestiones. ¿Él le habría hecho algo a su familia? ¿Y a sus vecinos? ¿Por qué a ella no la había matado y la había llevado hasta ese recóndito lugar? ¿Ella sería la última en morir?
Desechó todos esos pensamientos. Tenía que saltar hacia el árbol y su margen de maniobra era ínfimo. Ahora, de pronto, sí creía en Dios. Aprovechó para pedirle algo de fortuna y saltó con todas sus fuerzas hacia una rama de considerables dimensiones. No contó con que, al tratar de agarrarse, la corteza de la rama estuviera resbaladiza y no se pudiera aferrar a ella.
El resultado fue un tremendo golpe en la cabeza al caer al suelo. Dio gracias a no haberse clavado el cuchillo, que seguía en su sitio.
Muy conmocionada, se levantó. No había tiempo para lamentarse. No sabía qué iba a hacer a continuación, pero desde luego quedarse ahí quieta no.
Salió de la parte trasera de la casa, donde estaba el árbol y se dirigió hacia la delantera. La cabeza le dolía horrores por el golpe y el mareo era más que evidente. Esto quedaba demostrado con sus pasos, que iban tambaleándose de izquierda a derecha con mucha dificultad. La visión también la tenía algo borrosa. Nada de esto le importaba. Lo único que quería era vivir y encontrar a su familia.
Salió a la calle. Miró a un lado y a otro. Esa calma la estaba matando. No entendía dónde estaba todo el mundo. Escuchó una respiración fuerte detrás de ella.
Cuando se giró, ahí lo tenía, cara a cara. Era ese psicópata.
Su primera reacción fue la de quedarse quieta.
Él tampoco se movía.
Ella dio dos pasos atrás.
Él no se movió.
Ella decidió hacer de nuevo suyo el dicho de su abuelo, así que echó la mano hacia atrás y, de un modo bastante torpe, sacó el cuchillo que tenía guardado bajo la ropa interior, en su espalda.
Él dio un paso adelante mientras metía la mano en el bolsillo y sacaba algo.
Ella no pudo ver qué, pero estaba decidida a dar el todo por el todo y atacarlo, el problema es que no era capaz ni de controlar bien los movimientos de sus brazos por el mareo que llevaba.
Un grito inesperado hizo que su desconcierto creciera todavía más. Un grupo de gente salió de no supo muy bien dónde y comenzaron a gritar. Su instinto actuó por ella y, motivada por no saber qué estaba sucediendo y la impresión del susto, se abalanzó sobre el psicópata y lo acuchilló justo en el corazón. No fue premeditado que fuera tan certera esa puñalada, pero así fue. El cuchillo se hundió con más facilidad de la que ella esperaba. Esto hasta contradijo a su experiencia como cirujana plástica.
El psicópata cayó.
Ella encima de él. Como pudo, se separó aterrada, sacando también, de manera instintiva, el cuchillo de donde lo había clavado. Estaba aturdida, apenas veía nada a su alrededor, pero sí vio que la caja torácica de él dejó de moverse al tiempo que un gran charco de sangre se formaba bajo él. Estaba muerto. La mano del psicópata dejó caer algo al suelo. Era un papel blanco, inmaculado, doblado varias veces.
Ella dudó de si tomarlo. Lo hizo y trató de levantarse. Con el devenir de los acontecimientos, había olvidado a la turba que la había asustado, haciendo que actuara de un modo tan impulsivo. De todos modos, sus ojos no le dejaban ver bien quiénes eran ni qué querían. Dio unos pasos atrás, alerta por el más que posible peligro que podría correr.
Su visión comenzó a aclararse, la conmoción por el golpe empezaba a desaparecer y, casi de forma inmediata, pudo ver las caras de quienes ahora la miraban con un gesto de horror. Eran sus vecinos.
Entre ellos, pudo distinguir a la señora Brady, que tenía amarrados a sus dos hijos, que tenían cara de no entender nada.
Entonces, ella lo hizo.
Miró el cadáver que reposaba en el suelo y después la nota. Su respiración empezaba a entrecortarse. La abrió y la leyó.


«Cariño, ¡feliz cumpleaños!

¿Recuerdas esa conversación que tuvimos sobre qué regalar a una mujer que ya lo tenía todo?
Te prometí que lo haría.

¡Una experiencia de terror!

No me odies porque haya convencido a tus anestesistas para que me ayudaran, ya te contarán cómo.

Nuestros vecinos han colaborado. Son gente genial, muy simpáticos todos.

Espero que lo hayas pasado de miedo…. BUUUUUUUUHHH

Te quiere: Marshall, tu psicópata enamorado»


Rápido se agachó y le quitó la máscara al falso payaso. Se levantó rápido y dio dos pasos atrás, sin dejar de mirar el cadáver de su marido. Una lágrima descendió sobre su rostro. Fueron dos cosas las que vio justo antes de rebanarse ella misma el cuello, delante de todos: al señor Brady corriendo como un poseso hacia ella y Saint Peter’s Hills, donde comenzó ese regalo tan especial.

viernes, 25 de agosto de 2017

Un último empujón

Queridísimos míos:

Pocas veces veréis una entrada como ésta, pero es que no me queda otra que hacerla. El motivo no es otro que el concurso de Amazon entra en su recta final. No sé exactamente cuándo acaba, no os voy a mentir, porque no tengo claro si es hasta el 31 de agosto o el 15 de septiembre, cuando se anuncian los finalistas. Lo que sí sé es que ya queda nada y os necesito. Ahora sí. Más que nunca.

Lo cierto es que, cuando el concurso comenzó no albergaba esperanza alguna de poder ganarlo. Ni siquiera de quedar entre los finalistas, pero las ventas de 'Siete días de marzo', las críticas recibidas y la repercusión que ha tenido ha sido tan APABULLANTE, que ya no sé qué pensar. Sigo sin creer en una posible victoria pero, ¿y quedar entre los cinco primeros?

Eso sería algo grandioso.

Sea como sea, te necesito para ello.

No quería decirlo tal cual lo voy a hacer, pero supongo que es lícito hacerlo así. Y es que nunca suelo pedir nada. No, no nos engañemos, he sacado novelas que he acabado regalando a todo el que no podía o no quería pagarla en menos de un mes. Pero ahora no puedo hacerlo, ahora necesito que por una vez invirtáis en mí. A cambio os prometo varias horas de entretenimiento, eso seguro. Yo he estado dos años enteros documentándome, escribiendo, sufriendo, llorando, riendo, soñando... todo con ella, por lo que unas horas entretenido os garantizo. Y no solo eso. Puede que hasta os guste. Muchos hablan de que es mi mejor novela. Yo no lo sé. Lo que sí está claro es que con la que más he trabajado (hasta lo nuevo que vendrá) y eso para mí ya es muchísimo.

En fin. Que os pido que la compréis. En digital son apenas 3€, en papel, 15€. Pero vamos, que eso dependerá del gusto que tengáis a la hora de leer, cuestión de gustos en los formatos.

¿No podéis comprarla o ya la tenéis?

Os pido encarecidamente que compartáis esto. Sea del modo que sea. Cualquiera de vuestras redes, en el boca a boca, como sea. Imaginad que gracias a eso me alzo con la victoria y cumplo un sueño. Supongo que no puedo explicar con palabras lo que ello supondría, pero imaginad si fuerais vosotros los que andáis detrás de conseguir algo así. ¿Lo daríais todo o no?

Pues eso.

Sois mi último cartucho. Dadle mucha caña por donde sea. Es una semana en la que quiero llegar a todo el mundo. Y en la que si no llego a ganar el concurso, que sea porque no lo merezco, pero no porque no he dado el todo por el todo.

Aquí tenéis los enlaces, tanto en digital como en papel.

A los amigos de latinoamérica, EEUU o cualquier otro país (o continente), sabed que los enlaces no os valdrán, pero simplemente tenéis que entrar en el Amazon de vuestro país y buscar mi nombre. Aparecerá.

No os pido más. Sólo que me ayudéis, que intentemos llegar a todo el mundo. ¿Lo conseguiremos? Estoy seguro que con vuestra ayuda SÍ.

GRACIAS.

Enlaces:

En digital:
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En papel:
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Y recordad, si ya la habéis leído, la forma de contribuir es compartiendo y, cómo no, dejando una opinión en Amazon en la cual animéis (o no, según os haya parecido) a otros a comprarla. Cualquier tipo de ayuda es válida.

Mil abrazos.

Os dejo también la sinopsis, ¡¡para animaros!!


martes, 8 de agosto de 2017

De escritor veleta a escritor veleta algo más organizado.


A las buenas, querido lector.

Siempre he sido un escritor "veleta" a la hora de crear una novela. He intentado ser organizado, de verdad, pero no puedo, no me sale. Siento que lo que creo así es artificial, demasiado premeditado y nada sorpresivo. Ojo que no puedo criticar a quien así escribe. Conozco casos de escritores a los que nunca me podré acercar a su talón y lo hacen de esta manera, pero yo no puedo. Necesito dejarme llevar. Ver hacia dónde va la historia para, en un momento dado, meter un giro de 180 y mandarlo todo a tomar viento.

Creo que es algo positivo en mi escritura.

Ahora bien, llega un momento en el que las cosas se enredan, que quiero dotar a la novela de un mayor número de personajes y me niego que su paso sea sin pena ni gloria. Está claro que no es recomendable meter cientos de tramas, sobre todo si muchas de ellas carecen de sentido, pero sí es verdad que hay veces que la personalidad con la que has dotado a tus creaciones te piden algo de interacción entre ellos.

Y si ya nos centramos en una investigación por homicidio en la que intervienen más manos de las que creemos (no, no existe el super inspector capaz de hacerlo todo él solo. NO), todo se complica más.
Es por eso que he tenido que decidirme por emplear un método de organización. No por ello quiere decir que lo vaya a tener todo planificado, pero sí veo que necesito separar las tramas por personaje (eso incluye sus acciones, su hecho y por hacer) y sus interacciones entre ellos. Más que nada por no dejarme nada en el tintero. Todo está en mi cabeza, y aunque lo pase al papel sé que seguirá estando, no me va a ayudar a liberar algo de espacio, pero al menos entiendo que así no me dejaré nada. Intentaré que el lector no se quede con la sensación de que parezca que falte algo.

La idea la tomé de una serie de televisión (que os recomiendo si queréis echar alguna risa y de paso ver cómo funciona la cruda realidad de una empresa: Silicon Valley. El método se llama SCRUM y consiste en crear tres apartados (Por hacer, en curso y hecho). En el primero se agregan post it de todo lo que pase por tu cabeza, de cada idea que quieres que aparezca en el texto y que en algún momento debes meter. Siempre irás revisando esa "pizarra" (en mi caso, primero la cree de forma real, ahora lo he hecho virtual con Scapple) y verás lo que tienes que poner en algún momento. Cuando llegue la hora de utilizar ese recurso, la sacas de ahí y la parte de "por hacer" irá menguando.



Eso también sirve para saber qué has hecho ya y qué no.

No sé si resultará, pero desde que lo estoy empleando estoy algo más tranquilo porque pienso que no se me va a quedar nada en el tintero.

Y es que en lo que estoy ahora, hay 21 personajes activos (de momento), imagina lo que cuesta saber si quién le dijo qué a fulano o si mengano ha hecho no se qué con quien sea.

Siento la chapa, pero este es mi blog, ¿no? ;D

Blas.