miércoles, 18 de noviembre de 2015

Capítulo 4




Capítulo 4



     Carolina no podía dejar de llorar. No podía asimilar la palabras de Nicolás cuando éste les relató a todos lo que le había sucedido a Edward. Habían hablado con él la tarde anterior, justo después de la hora de la comida. Tenía tantas esperanzas, tantos planes que sabían que estaba trazando, tanta vitalidad… Era imposible imaginarse que su destino hubiera acabado siendo ese. Desde luego era lo más injusto que le podía ocurrir.
    Nicolás la abrazó sin contemplaciones. La abrazó tan fuerte como las pocas fuerzas que se le habían quedado le permitieron. Supuso que el estado de shock en el que estaba sumido no le permitía derramar una lágrima. Tuvo claro que cuando volviera a ser dueño de sus emociones lo haría.
     Paolo estaba cabizbajo. Apenas le había dado tiempo a conocer al anciano Murray, pero ya le había cogido cariño y también estaba consternado. Era increíble el flujo de emociones que estaban recibiendo en tan poco espacio de tiempo.
    El teléfono de Nicolás volvió a sonar, sacando a todos de ese momento mezcla de confusión con dolor.
    Éste miró la pantalla, el prefijo era también escocés. Puede que fuera de otra línea del propio hospital.
    —¿Sí? —Musitó temiendo más malas noticias.
    —¿Señor Nicolás Valdés? —Contestó una voz ruda al otro lado en un correcto castellano pero con un marcado acento escocés.
    —Sí, ¿quién es?
    —Buenos días. Mi nombre es Charles Montgomery, soy albacea del señor Edward Murray. Sé que ya le han puesto al corriente de la triste situación que estamos viviendo aquí. He insistido varias veces en llamarle yo mismo para darle la noticia, pero el médico ha preferido hacerlo. El motivo de mi llamada no es otro que hacerle conocedor de la última voluntad de mi representado. ¿Tengo toda su atención?
    —Continúe.
    —El señor Murray cambió su testamento anoche y me llamó para comunicármelo…
   —Un momento, un momento —Nicolás no dudó en cortar a aquel hombre—. ¿Ha dicho que cambió su testamento justo antes de morir?
    —Sé que espera algo en mi respuesta, pero me limito a contarle cómo ha sucedido todo. Sí, lo cambió anoche. Desconozco los motivos de hacerlo.
    —Está bien, siga.
   —Como le decía, fue anoche y cambió varias cosas del propio y de sus últimas voluntades. Se tenía previsto que, tras su muerte, fuera enterrado en el mausoleo familiar, siguiendo la tradición, pero decidió que no quería que fuera así. Quería ser incinerado y que sus cenizas fueran esparcidas en los jardines de su castillo. Además, quería que fueran usted y la señorita Carolina Blanco quienes lo hicieran.
    Nicolás tomó aire tras escuchar esto último. No entendía qué estaba sucediendo, pero estaba claro que Edward había intuido su fatal destino, si no, no era explicable ese cambio tan repentino.
    —Todo está dispuesto —continuó el albacea— para que tomen un vuelo directo hacia Edimburgo y cumplan con la última voluntad del señor Murray.
    —Créame que esto que le voy a decir no significa que nuestro dolor no sea inmenso, pero nos es imposible volar en estos momentos a Escocia. Estamos envueltos en algo que nos lo impide. Por cierto, ¿cómo puede ser todo tan rápido? Conozco el procedimiento cuando ocurre una muerte así, y suele tardar al menos tres días si se dan prisa en conceder el juez la orden para inhumar el cadáver.
    —No hace falta que le recuerde la tremenda importancia que tenía el señor Murray en Escocia. Vivimos en una sociedad en la que el dinero todo lo puede. El procedimiento ha sido el mismo que con cualquier caso, sin saltarse ningún paso. Pero la celeridad de sus partes se ha visto incrementada significativamente. La ceremonia será esta tarde —insistió—. Esta misma noche, tras acudir a ella, firmar unos papeles sobre la herencia y esparcir sus cenizas, podrán regresar a sus quehaceres. Le ruego considere esto último pues es la última voluntad del señor Murray. Lo hagan o no, de igual manera recibirán una suma importante de dinero en sus cuentas bancarias. El señor Murray las tenía anotadas tras su encuentro anterior en su castillo. Ha decidido dejarles una sustanciosa cantidad que no puedo contarles por teléfono.
     —No se trata o no del dinero. Querríamos ir por respeto y amistad por Edward. Pero ya le digo, es un poco complicado ahora.
    —En ese caso no puedo insistir más. Igualmente tendrán sus billetes dispuestos en el aeropuerto, justo en la puerta de embarque. Su vuelo sale en una hora y media y sólo necesitan su pasaporte para conseguir los billetes. Si cambian de idea, les espero esta tarde. El chófer que habrá sí o sí en el aeropuerto les traerá al lugar indicado. Buenos días.
    Colgó.
    Nicolás miró la pantalla de su terminal antes de mirar a Carolina.
    —¿Qué? —Quiso saber ésta.
    —Esta tarde será la ceremonia. Edward quería que esparciéramos sus cenizas en los jardines de su castillo, pero ya les he dicho que es imposible.
   Carolina iba a replicar, pero enseguida comprendió que la situación que se había formado tras el asesinato de Meazza impedía que las cosas sucedieran así. Además, podrían esparcir las cenizas en cualquier momento, una vez que el río hubiera vuelto medianamente a su cauce.
    —Nicolás —intervino Paolo—, es cierto que te necesito. Tu experiencia me vendrá de perlas para este caso, pero creo que debéis ir por respeto. Si él quería eso, debéis cumplir con su voluntad. ¿Vendríais de vuelta pronto?
    —Esta misma noche, me ha dicho el albacea.
  —No hay más que hablar en ese caso. Iré yo mismo a Regina Coeli, comenzaré con el procesamiento del escenario e intentaré recabar alguna prueba. Luego, cuento contigo para que me ayudes a atrapar a ese hijo de la gran puta.
    Nicolás pensó por un momento las palabras del inspector. Tenía razón. Se lo debían a Edward y no les haría perder más de un día.
   —Está bien. Iremos. Mañana mismo me tendrás aquí para ayudarte. Pediremos un permiso internacional de cooperación. Habrá que inventar una buena excusa pues les resultará algo extraña mi incursión en este caso.
    —Algo se nos ocurrirá, eso es de menos.
   —Bien. En ese caso —se giró hacia Carolina—, nos vamos pitando. En una hora y media sale nuestro vuelo. No tenemos que facturar —su indumentaria era la idónea para un sepelio pues venían de otro de mayor envergadura—, por lo que vamos bien si no nos retrasamos.
    —Perfecto —comentó Paolo—. Nos vemos esta noche en mi apartamento. Cualquier novedad, nos llamamos.
     Nicolás asintió a la vez que indicaba con la mirada a Carolina que debían salir.



    Paolo entró en su despacho un momento para coger una pequeña libreta, su arma —en el entierro del Papa no consideraba necesario llevarla— y su placa. Todos esos objetos los guardaba en el primer cajón —con llave— de una cajonera oculta bajo su escritorio.
    Alloa lo esperaba fuera, ya preparado para partir hacia la cárcel. Éste se había encargado de mandar ya a una patrulla y a poner en aviso a los de Científica para que fueran yendo hacia el lugar del crimen.
    Cuando Paolo iba a salir de su despacho, su teléfono fijo sonó, haciendo que se girara por completo.
    —Coño, ¿hoy que es, el día de los teléfonos? —Murmuró para sí mismo.
    Estuvo tentado de no contestar, pero recordó una ocasión en la que llamaba el jefe de unidad, no contestó y le cayó un rapapolvo de tres pares de narices. Entrecerró los ojos y fue hasta el aparato.
    —¿Sí?
    —Inspector Salvano, tengo una llamada para usted.
    —Lo siento, no es buen momento. Dígale que dejen el recado y llamaré en poder.
    —Es importante —insistió la operadora haciendo que el humor de Paolo se agriase algo más—. Viene de la policía de Francia. Dicen tener algo que nos interesa. Al otro lado del teléfono está una tal Chrystelle. No habla nada de italiano, pero sí un correcto español. Sé que usted lo habla bien. Además, ha preguntado directamente por usted.
    —¿Pero qué coño?… Está bien, pásemela ya. Tengo mucha prisa.
    Aguardó unos instantes hasta que al otro lado de la línea sonó una voz dulce y cálida.
   —¿Inspector Paolo Salvano? —Preguntó en castellano la voz.
   —Así es. ¿Qué desea?
   —Mi nombre es Chrystelle Tenard, trabajo en la Police Nationale, intentaré no hacerle perder el tiempo. Tengo algo para usted.
    —Tiene toda mi atención —dijo a la vez que tomaba asiento.
   —Esta mañana dos personas han ardido vivas justo en frente de la catedral de Notre Dame, en París. Poco sabemos sobre cómo ha pasado, lo que sí que tenemos claro es que ha sido un asesinato.
    —¿Y eso les ha llevado a mí?
   —Sí, verá. Hay dos cosas que señalar. La primera es que llevaba cada uno una bolsa ignífuga, al parecer, con el único fin de darnos a conocer sus identidades. La segunda es que en la autopsia que se le ha practicado a uno de ellos, en su estómago se ha encontrado una nota que se ha tragado o le han hecho tragar. En ella se le nombra. El otro cuerpo, me acaban de comunicar que no tenía nada digno de remarcar.
   —¿Ha dicho una nota?
  —Así es. Le voy a leer textualmente: Inspector Salvano, como ve, San Pedro acabó cayendo. La segunda profecía concluye. El juego continúa. Como Templarios creyeron vivir y como Templarios han muerto. El fuego que purificó a unos es el punto de comienzo de la tercera. Buena Caza.
    Paolo intentó hablar, pero no le salían las palabras. Si no hubiera estado sentado, habría tenido que hacerlo para no caer al suelo.
   ¿Qué coño estaba sucediendo? ¿Cómo podían estar sucediéndose tantos acontecimientos seguidos sin apenas darle tiempo a asimilar unos y otros?
   Chrystelle era consciente de que debía darle unos segundos al inspector de cortesía. No entendía nada del contenido de la nota, pero estaba segura que su significado debía de ser importante. Al menos el silencio del italiano así lo demostraba.
   —¿Está usted bien? —Preguntó a fin al ver la falta de reacción del inspector.
   —Mmmm… sí… Perdone. Me ha pillado desprevenido. No me lo esperaba.
   —Supongo. ¿Ahora qué hacemos? Creo que debería venir a París. No entendemos nada de lo que está sucediendo y parece ser que usted sí.
   —Señorita, ¿Tenard me ha dicho?
   —Así es.
   —Créame que no le resto importancia a lo que me acaba de contar. Estoy en shock. Iría ahora mismo si no fuera por una importante crisis que se nos ha montado aquí mismo esta semana. Tiene que ver, creo, con lo que me acaba de contar. Pero necesito estar aquí por ahora. Le prometo que en poder iré, no le digo que sea mañana o pasado, pero ir, iré. Necesito ir paso a paso o el caos se puede adueñar de todo.
   —Perdóneme que le insista, pero al cruzar su nombre en la base de datos de la Interpol con las identidades de los fallecidos, me ha parecido de suma importancia su presencia. Es por eso mi insistencia.
    Paolo notó cómo el corazón se le aceleraba más de la cuenta. En ese momento debía de superar las doscientas pulsaciones por minuto.
   —Dígame sus nombres.
    Chrystelle lo hizo.
    Paolo notó cómo le faltaba el aire. Si hubiera tenido un espejo en frente hubiera comprobado cómo su rostro debía de estar totalmente blanco.
    La agente, que esperaba una sorpresa mayúscula tras la revelación, no sintió sorpresa tras el nuevo silencio del inspector.
    —¿Sigue ahí? —Quiso saber.
    —Le enviaré de inmediato a mi mejor hombre. Le ayudará tanto o más como yo puedo hacerlo. Por favor, ténganme al corriente de todo. No cuelgue. Le pasaré de nuevo con la operadora de nuestra central y le facilita todos los datos para el viaje.
    —Perfecto. Aquí lo esperaré. Ciao.
    —Ciao.
    Paolo redirigió la llamada y colgó. Notó una fría gota de sudor que le recorría la espalda. Aquello no podía estar sucediendo. Era parecido a una guerra en la que no cesaban los ataques a una ejército que estaba desprevenido. Se levantó de inmediato de su asiento y se dirigió hacia la puerta.
     La abrió y enseguida lo localizó.
    —Alloa. Pase un momento.
   Éste obedeció algo extrañado por la petición del inspector. Supuestamente debían de marchar a la cárcel.
   —Tome asiento.
   —Me está asustando, inspector —dijo éste.
   —Tengo una nueva misión para usted.
   Paolo le contó todos los detalles. La cara de Alloa era digna de enmarcar.

2 comentarios:

  1. Está muy bien y me pongo nervioso sin poder leer todo de un tirón. :)

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  2. JODER....LO HE LEÍDO DEL TIRÓN...NO DAS NINGUNA TREGUA...UN RITMO TREPIDANTE...MUY INTERESANTE LA NOTA...COMO SIEMPRE, EL FINAL ES DE INFARTO...A ESPERAR ESOS NOMBRES Y QUÉ RELACIÓN TIENEN CON LA TRAMA ITALIANA...GENIAL, AMIGO...:)

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