miércoles, 9 de diciembre de 2015

Capítulo 10



Capítulo 10


    —¿Tienen idea de quién es este hombre? —Preguntó Charles Montgomery mientras miraba el cadáver del agresor de Nicolás y Carolina. 
    El muerto iba pulcramente vestido, con el pelo debidamente arreglado, la barba perfectamente recortada y tenía unos dientes blancos como la cal. Estaba claro que no era un simple asaltador. Al parecer, era un asesino a sueldo.
    —No. Ha entrado y nos ha atacado sin más. No sé quién lo ha podido enviar —contestó el inspector.
     —¿Y el otro hombre? —Dijo al darse la vuelta.
    —Era un amigo nuestro, hablábamos cuando de repente ese energúmeno le disparó. Mire, si le he llamado es porque necesitamos continuar con la misión que en vida nos encomendó el señor Murray, si la policía nos relaciona con esto, no nos sucederá nada porque no tenemos culpa, pero nos retrasará y todo por lo que peleó Edward no servirá de nada.
     El albacea se giró hacia Nicolás.
    —Por lo que a mí respecta, señor Valdés, no tiene que darme ninguna explicación. Sé que los asuntos de los que se ocupaba el señor Murray eran de extrema importancia, aunque desconozco cuáles. Si ustedes dos están inmiscuidos en ellos, para mí es como si el propio señor Murray lo estuviera haciendo, por lo que no se preocupen. Dejen este asunto en mi mano.
    —¿Qué va a hacer? —Quiso saber Carolina.
    —Normalmente no suelo dar explicaciones, pero le contaré. Es tan simple como borrar su paso por este castillo y ser yo mismo quien ha sufrido el ataque de esta bestia. Borraré todas sus huellas, no han estado aquí. Podrán seguir con sus cosas de inmediato. Tomen el camino a pie en dirección al bosque, justo antes de llegar a su comienzo, hay una bifurcación a la derecha, la toman y andan un kilómetro. Allí hay un restaurante. Díganle al dueño que les pida un taxi, para ello le dan uno de éstos     —les entregó un billete de cien libras esterlinas que sacó de su cartera—, no preguntará. Con este otro —sacó uno de cincuenta y también se lo dio—, pagan al taxi, pídanle que les lleve al aeropuerto.      Es muy importante que hasta que no estén allí no utilicen ni tarjetas ni pasaporte. Tienen que creer que han venido al funeral, ha terminado y se han marchado. ¿Comprendido?
     Carolina miró a Nicolás esperando una reacción por su parte.
     Al final éste lo hizo.
     —Está bien, no podemos hacer otra cosa. Le agradezco su ayuda.
    —No lo haga. Mi trabajo para con el señor Edward no sólo se limita a la gestión de sus bienes patrimoniales. Hasta ahí les puedo contar. Sólo les pido que lo que tengan que hacer, háganlo bien. Por su memoria.
    Ambos asintieron. Por un instante dudaron si desaparecer de inmediato o no, pero el primer impulso fue más fuerte y salieron del castillo.
     Siguieron las indicaciones que Montgomery y en apenas media hora estaban montados en un taxi algo viejo conducido por un hombre de pelo largo y pobladas cejas del mismo color.
     Carolina no había hablado desde que habían salido del castillo. Parecía pensativa por lo que había ocurrido dentro del salón de Edward. Quitarle la vida a un hombre era algo que la marcaría de por vida. Nicolás se hubiera cambiado por ella misma sin pensarlo. No soportaba que tuviera que llevar esa carga.
     —¿Nos podremos fiar de él? —Carolina interrumpió su silencio.
    Nicolás miró instintivamente al conductor, aquel lugar no era el idóneo para hablar. Pero ni se inmutó, por lo que dedujo que no hablaba castellano. Aun así intentó ser cauteloso con sus palabras.
     —No nos queda otra.
    Carolina no dijo nada, miró por la ventana del taxi.
     —¿Estás bien?
    No contestó. Siguió mirando hacia el infinito.
     —Bueno, quizá necesitemos algo de descanso. En Roma nos espera una buena también, mañana tenemos que tener las pilas lo mejor recargadas que podamos.
      —No vamos a Roma. Iremos a otro sitio.
     Nicolás se quedó por unos momentos sin habla. Volvió a mirar de reojo al conductor. Seguía en su mundo.
     —¿Y dónde se supone que vamos?
     —París.
    El inspector no entendía nada, pero comprendió que no era el momento de hablarlo. Cuando estuvieran solos, la joven le tendría que dar una buena explicación.




     Ya en el despacho, tanto Alloa como Chrystelle tomaron asiento.
     —Bien. Organicemos nuestras ideas. Es vital que las bases de datos de nuestra sede con la vuestra estén interconectados. Yo daré el aviso a Roma, tú haz lo mismo aquí. Así podremos trabajar más rápido con las búsquedas de que si el AFIS lo hace de manera natural. Mejor que le establezcamos nosotros las prioridades. Por experiencia en los asesinatos anteriores, pediré que nos dejen acceder a los datos de huellas y ADN de la Gendarmería vaticana. Es casi un imposible, pero dado a cómo se ha ido sucediendo todo, puede que nos dejen acceder.
    —Vale, me parece bien lo que dices —comentó la subinspectora—. Yo he mandado el casquillo a balística. Es el dato más rápido que nos pueden proporcionar. Al menos sabremos con qué tipo de arma se suele utilizar el casquillo que hemos encontrado. ¿Hay alguna forma de que nos hagan llegar la bala que acabó con la vida del Papa?
   —No, imposible. No sabes cómo son con este tipo de cosas. Las autopsias papales están prohibidas. Nada ni nadie puede profanar el cuerpo del Santo Padre una vez fallecido. Si han ocultado ese dato es como si no existiera. Tenemos que abrir otras vías.
     —¿Y si les amenazamos con airearlo si no colaboran con nosotros?
     —Es más complicado que eso, Chrystelle. Hazme caso, con la iglesia es mejor no meterse.
     La joven sintió un escalofrío. Pero no por las palabras en sí, sino por el cambio de rostro que sufrió el inspector mientras lo decía. Parecía hablar muy en serio.
    —Entonces —continuó el italiano—, por nuestra parte tenemos que trabajar con el mensaje de la nota y con los símbolos. ¿Alguna idea de por dónde empezar?
    —Si escaseamos los símbolos, podremos utilizar el programa de reconocimiento de imágenes de Google. Éste nos puede buscar entre sus bases de datos un símbolo parecido y podríamos aclarar mucho. Con lo de la nota sí ando algo perdida. 
     —Bueno, no te preocupes. Vayamos paso por paso. Me gusta tu idea.
     —Entonces, vuelvo enseguida. Voy a conseguir esa imagen para poder hacer la búsqueda.
     Alloa sonrió mientras la subinspectora salía por la puerta.
     Le estaba empezando a gustar la idea de trabajar con ella.




     La suerte estuvo con ellos. Consiguieron dos pasajes a París en un vuelo de dudosa calidad, pero con hueco para ellos y, lo más importante, de salida inmediata en treinta minutos. Un poco de buena fortuna, con todo lo que estaba pasando no les venía nada mal.
   Embarcaron rápido. Todavía no habían tenido la oportunidad de pararse a hablar y Nicolás se estaba subiendo al avión a ciegas, sin saber a qué iba exactamente a la ciudad de la luz.
     Pronto lo descubriría.



     Chrystelle volvió con un pendrive en la mano y sonriente.
    —Nuestro informático es un genio. Ya tengo lo que necesitaba, además me lo ha transformado a nosequé para nos sea más fácil usar la imagen. Le he comentado lo de las bases de datos y me ha dicho que se ponía ya con ello. Primero hay que pedir una serie de permisos, pero no creo que se demore más de una hora el tenerlo todo conectado. Espero que desde el vaticano accedan.
     —Bien, pues manos a la obra. Vamos a ver qué es ese símbolo. Pero me recuerda peligrosamente a otro. Aunque, bueno. No sé.
     La subinspectora sopesó las palabras del italiano. Tenía razón, se parecía a otro símbolo muy reconocido, solo que más redondeado, por decirlo de alguna manera. Eso fue lo que le hizo desechar esa primera idea.
     Chrystelle tomó el lugar principal frente al ordenador. Que el sistema operativo estuviera en francés no ayudaba a que el inspector pudiera hacer uso de él, por lo que no dudó en tomar las riendas.
     Abrió el localizador de imágenes de Google, introdujo el pendrive y cargó la imagen. La aplicación apenas tardó unos segundos en mostrar el resultado.
    —Sociedad Thule… —comentó sin dejar de mirar la pantalla.
    —¿Qué coño es eso?
   —Espera, que te traduzco —se echó para adelante y comenzó a leer—. Originalmente se los conocía como Grupo de Estudio de la Antigüedad Alemana. Era un grupo racista y de carácter ocultista. ¡Oh, mira! Patrocinó al Partido Obrero Alemán, que más tarde Hitler acabó transformando en el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores.
    —¿Entonces no íbamos mal desencaminados con nuestras primeras pesquisas? ¿Se trata de Nazis?
    —No sé qué decirte. Parece que sí y no. Sus fundamentos, al parecer son muy parecidos, pero en ésta página los distinguen. Parece ser que el carácter ocultista de esta sociedad es lo que los distingue.
    —Pero, a ver. Tengo entendido que los Nazis también tenían su lado ocultista.
   —Creo que tendremos que investigar un poco más para encontrar las diferencias entre una cosa y otra. Pero sí es cierto que este asunto me preocupa cada vez más.
    —Sí, normalmente cuando hay temas de este estilo de por medio, suelen estar detrás jóvenes descabezados de la mano de alguien que los manipula. Pero esto parecer ser otra cosa. No sé. Creo que sé con quién podría hablar para que nos ayude con esto.
     Alloa extrajo su teléfono móvil y buscó el número. Pulsó el botón verde y esperó.
No obtuvo respuesta por parte de Nicolás. Parecía tenerlo apagado. En realidad con la que  quería hablar era con Carolina, pero al no tener su número, llamando al inspector sí podía hablar con ella.
Ofuscado frente a la contrariedad, dejó el teléfono encima de la mesa.
—Deben de estar volviendo a Roma en el avión. Tendremos que esperar algo para hablar con ella.
—Bueno, sabiendo que el símbolo es de ellos, ya hemos dado un paso importante. Ahora falta encontrar por qué lo han hecho. Qué es lo que andan buscando.
—Te anticipo que no va a ser fácil.
De pronto, sonó un suave golpeteo de nudillos en la puerta.
En avant —dijo Chrystelle.
Una mujer vestida de uniforme entró. Llevaba en la mano una carpeta con papeles.
Voici le rapport balistique
Merci beaucoup.
La mujer entregó la carpeta a la subinspectora y salió.
—Es el informe de balística —le tradujo al inspector.
—¿Ya? —Preguntó muy sorprendido— Pero eso es imposible, no ha dado tiempo.
—Aquí dice —dijo mirando el informe—, que afinando la búsqueda no ha sido complicado. Yo misma he dado esas directrices con la información que usted mismo me dio. La acción está sucediendo en París, Roma y la Ciudad del Vaticano, ¿no? Pues he intentado buscar coincidencias con proyectiles encontrados en estas tres ciudades. Ha sido fácil, al parecer.
—¿Entonces hay coincidencia?
—Sí, lo primero que dice es que el arma usada es una Browning HP 9mm.
—No es un arma demasiado común. Al menos no en el ámbito normal. Es de uso militar.
—Sí, lo sé. Pero… —hizo una pausa, se puso blanca de pronto.
—¿Qué pasa?
—Joder no te vas a creer la coincidencia de casquillo. Un noventa y cinco por ciento de coincidencia, con el margen de error lógico por el paso de los años.
—¿Paso de los años? ¿Qué estás hablando?
Chrystelle le pasó el informe. A pesar de estar escrito en francés, el nombre que aparecía era entendible al cien por cien.
Alloa tragó saliva y buscó desesperado su teléfono móvil.




—Eso es, pregunte ese casquillo. Si ese cura quería taparlo todo, tiene que haberlo peinado la habitación en su búsqueda. Si acaso lo conserva, intente no tocarlo con sus dedos desnudos, ya tiene que estar suficientemente contaminado. Gracias. Le espero mañana por la mañana en mi despacho. Hasta luego.
Paolo colgó el teléfono. Éste último acontecimiento no lo esperaba. Las órdenes dadas —aunque más bien era un favor pedido— a Fimiani sólo servían para confirmar lo que ya se temía. Que el Papa había sido asesinado con el mismo arma con el que se atentó contra Juan Pablo II, en 1981.
¿Había sido ese asesinato la culminación a lo que se intentó sin éxito entonces?
¿Estaba detrás de él la misma o mismas personas?
Las preguntas asaltaban su cabeza y le dolía demasiado la misma como para poder contestarlas de manera correcta. El ibuprofeno que había tomado hacía un par de horas no hacía efecto y eso sólo contribuía a que su desesperación fuera en aumento.
Trató de ordenar sus ideas. Se levantó de su asiento y se dirigió hacia la pizarra de color blanco que tenía junto a la pared. Agarró el rotulador e hizo memoria.
Por un lado, estaba la muerte de Meazza en la cárcel en manos, previsiblemente, del mismo que había sembrado el caos hacía dos semanas con los sacerdotes pecadores y que a su vez se había quitado de en medio a los dos que pensaban que estaban detrás de todo, Francisco y Aksel. Puede que ese asesino también estuviera detrás de la muerte del millonario escocés. Aunque esa teoría era algo endeble pues eran puntos demasiados separados entre sí. Aunque no desechable del todo. Por otro lado, en París, según le había informado Alloa hacía unos minutos, habían hallado tres símbolos iguales que representan a una antigua sociedad secreta pre Nazi y una nota con sangre y una frase en latín. Además, un casquillo de bala que pertenece al mismo arma con el que se atentó contra la vida de Juan Pablo II. Ese arma se había usado, previsiblemente también, para acabar con la vida, esta vez con éxito, del Papa fallecido hacía unos días. Y de mientras, Carolina y Nicolás —esto último lo pensó, no lo anotó— de vuelta del funeral de Edward Murray.
Una puta locura.
Masajeó sus sienes mientras miraba el panel, incapaz de ver nada que no estuviera escrito ya.
En la escena del crimen de Regina Coelli no habían hallado nada significativo y que  le acercara un poco más al autor de aquella barbarie. Tampoco es que esperara nada, ya conocía a su enemigo para saber eso.
Por experiencia y, viendo la hora que era ya, decidió dar por finalizado el día. Sabía que apenas iba a dormir al llegar a casa, pero al menos tendría esa paz necesaria para relajarse y volver al día siguiente con una nueva perspectiva.
Sacó su teléfono móvil y dudó de si llamar a Nicolás o no para decirle que fuera directamente a casa, pero intuyó que si no le había llamado sería porque estaba en pleno vuelo.
Apagó el ordenador, se colocó el abrigo, apagó la luz y salió de su despacho. Mañana le esperaba un duro día.
Cuán duro iba a ser era lo que no imaginó.




—Esto agotado. Creo que es hora de ir a mi hotel, está aquí al lado, así no tendré que tomar transportes. No valgo para los viajes, me canso enseguida.
Chrystelle rió frente a ese comentario.
—Como quieras. Yo me quedaré un rato más, si no te importa. No creo que averigüe nada, pero es mi primer día como subinspectora y estoy demasiado excitada como para irme a casa ahora.
Alloa asintió sonriendo.
—¿Nos vemos mañana a las nueve aquí? —Quiso saber el inspector.
Chrystelle asintió. Esperó que el día fuera productivo.
Lo sería.




Nicolás y Carolina salieron del aeropuerto agarrados de la mano. Era la tercera capital en la que estaban en un mismo día y sus cuerpos empezaban a notar el cansancio. Aunque pareciera increíble, todavía no habían hablado de los motivos que habían llevado a Carolina a ese repentino cambio de rumbo, pero no sabían si alguien los estaba siguiendo y era preferible no hablar en el avión. Toda precaución era poca.
Tomaron un taxi y, Carolina, en inglés, dio indicaciones de que los llevara a un hotel que había visto previamente por Internet. Nada ostentoso, lo justo para poder pasar al menos esa noche. Las siguientes ya verían.
Lo iban pagando todo en efectivo. Por suerte Nicolás había sacado por la mañana una cantidad no demasiado grande, pero sí suficiente en Roma para sus gastos. Eso evitaría el uso de tarjetas de crédito y, sobre todo, de dejar rastros innecesarios. 
Ya en el hotel, mientras Carolina tomaba asiento en la cama y se dejaba después caer hacia atrás, rendida por el cansancio, Nicolás sacó su teléfono para contarle las novedades a Paolo. Iba a alucinar.

Acto seguido hablaría con Carolina. Necesitaba saber qué coño hacía allí.

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