sábado, 12 de diciembre de 2015

Capítulo 11




Capítulo 11


     Alloa, nada más entrar en comisaría, fue directo hacia el despacho en el que se suponía que ya estaría Chrystelle. Llevaba cinco minutos de retraso, algo impropio en él, pero ese día le había costado especialmente levantarse de la cama. El día anterior lo había agotado y, al contrario de como esperaba, le costó conciliar el sueño una vez estuvo tumbado en su blanda cama de hotel.
     Por el camino hacia el despacho, se limitaba a sonreír a todo con el que se cruzaba, una de esas caras hizo que se detuviera. Era el inspector Moreau, que al parecer también acababa de llegar.
     —Buenos días, inspettore. Espero que haya descansado esta noche —dijo a modo de saludo el veterano policía.
    —Buenos días. Menos de lo que me gustaría, la verdad. No estoy acostumbrado a viajar demasiado, supongo que debe ser eso.
     Los ojos del inspector fueron directos hacia la mano del francés, que temblaba de manera evidente. Éste, percatándose de la mirada, la echó hacia atrás, ocultándola no de manera tan sutil a los ojos del romano.
     Alloa se sintió tentado de preguntar, pero ese rápido gesto le hizo comprender que quizá no era una buena idea.
     —Si no le importa, marcho al despacho, hay mucho trabajo por delante.
     —Oh, sí —poco le faltó para agradecerle ese corte—. La subinspectora Tenard me informó ayer de las novedades. Sigan, espero que pronto podamos tener algo en firme y atrapemos a ese malnacido.
     Alloa asintió sin poder evitar pensar cuánto le habría contado Chrystelle sobre todo el trasfondo de aquel asunto. Sabía que era algo difícil de ocultar, no podía reprocharle si se lo había contado todo.   Al fin y al cabo, era su superior.
     Entró en el despacho habiendo golpeado previamente con sus nudillos. Una suave voz le había indicado que pasara.
     —Buenos días, inspector.
     —Buenos días. ¿Llevas mucho tiempo aquí?
     —No, apenas unos minutos. Ni siquiera he encendido el ordenador. ¿Un café?
     —No, gracias, he tomado algo parecido en el hotel.
     —¿Algo parecido?
     —Tendrías que haberlo probado.
     Chrystelle rió ante el comentario de Alloa.
     —Bien, no es que no me guste conversar contigo pero, ¿empezamos?
    —Por supuesto. Pero antes, déjame preguntarte una cosa. Supongo que no te llamarás Alloa, que será un apellido o algo.
     —Mi nombre es algo que prefiero no decirte.
     —¿Por qué? Seguro que es muy bonito.
     Alloa se quedó mirando a la subinspectora. Parecía divertirle la situación.
     —¿Floro te parece bonito?
    Chrystelle reprimió la risa, no quería ofender al inspector. No era por el nombre en sí, era por la manera en la que parecía llevarlo como un calvario.
     —Adelante, te puedes reír.
     —No, no —contestó con el impulso totalmente controlado—. De verdad, me gusta tu nombre.
    —Pues a mí no, por lo que te rogaría que, como todos, me siguieras llamando Alloa. Yo de mientras seguiré agradeciendo a mi madre que se llame Flora. Y ahora, ¿empezamos?
     Chrystelle asintió. Encendió el PC y esperó a que cargara.
     —Primero de todo entraré en el caso en nuestro programa. Debido a unas órdenes de arriba, toda la documentación tiene que pasar a esa base de datos. Si hay novedades de alguno de los departamentos implicados, aparecen aquí arriba —señaló con su dedo en la pantalla—. Y en este caso sí las tenemos. Ese triángulo que parpadea es un aviso de actualización.
     —Pero ayer te dieron los informes en mano.
    —Eso fue por una petición mía expresa. Pensaba que tardaban más en introducir los datos en el programa. La tonta de mí no pensó que todos utilizábamos el mismo y que en realidad solo imprimieron lo que yo misma podría haber sacado también. Errores de novata, supongo. Anoche ya me puse al tanto.
     —¿A qué hora te marchaste?
     —A la una y media. Comprende que soy nueva, tengo que ponerme al día en muchas cosas.
     Alloa asintió. Le gustaba la actitud de esa chica.
     —En fin, veamos las novedades.
    Clicó en el icono parpadeante y se abrió una nueva pantalla en la que parecían haber varios informes. La muchaha fue abriendo uno a uno y leyéndolos. Eran cortos.
     —Merde. No han hallado rastros de nada en ninguno de los objetos. Nada. ¿Cómo puede ser eso? ¿Ni una huella, ni una fibra?
     —No me sorprende. En realidad, todo lo que sucedió en Roma fue así. ¿Hay algo de la sangre en la nota?
     —El informe está inacabado. Sólo indica que es humana. Los análisis de ADN pueden tardar un par de días más. Ayer intenté meter la máxima prisa posible, pero ya sabes cómo va esto. Me hace gracia esas series en las que nada más introducir la sangre en una maquinita les indica nombre, apellidos y dirección de a quién pertenece. Hay casos en los que tarda semanas.
     —Lo sé. Pero afinando la búsqueda, como te comenté ayer, podemos acelerar mucho el proceso. ¿Sabes si han podido conectar con la base de datos vaticana? Con la romana sé que sí.
     —No tengo la menor idea, pero dame unos segundos.
     Chrystelle agarró el teléfono y marcó una extensión. De pronto comenzó a hablar en su idioma nativo a una velocidad tal que a Alloa le costaba distinguir hasta las vocales. Al cabo de un minuto colgó.
     —Han dado acceso. Han conectado ambas bases apenas hace unos minutos. Al parecer su superior ha tenido que ver con ello pues la primera respuesta fue un no.
     Alloa sonrió y agradeció tener a su lado a Paolo.
    —Están acabando de rastrear la base romana, con la parisina ya han acabado sin resultados. En finalizar, comenzarán con la vaticana. Supongo que no debe llevarles mucho. No creo que haya tanto que rastrear, ¿no?
     —Te sorprendería…
     —Vale. Ahora nos toca a nosotros. ¿Vamos a por la frase?
     Alloa asintió. Le había estado dando vueltas durante un rato antes de dormirse. Pero a la vez que lo pensaba, intentaba sacársela de la cabeza para poder descansar. Le pasaba mucho en su día a día.
     Chrystelle buscó el archivo en el pc y abrió la imagen.
     Ambos la miraron.
     Tertia lux cum dies oritur prophetia.
     La tercera profecía, nace con la primera luz del día.
    —Anoche probé lo más fácil, teclearla en Google, pero no obtuve resultados. Pensé que podría ser una cita de alguien famoso o algo, pero no —comentó la parisina.
     —Creo que debemos mirarla de otra manera.
     —¿A qué te refieres?
     —Podríamos separarla en dos. Lo de la tercera profecía lo tengo claro. Lo de la primera luz del día, no tanto. Esperaba a que pasara algo hoy y, de momento nada. O eso o no nos hemos enterado. Pero me de da que no van por ahí los tiros.
     Chrystelle probó a teclear la segunda frase. El primer resultado mostrado hizo que ambos fruncieran el ceño.
     —¿Lucía? ¿De verdad? —Dijo el inspector, extrañado.
    —Así es. Según esto, el nombre de Lucía significa literalmente la que nació con la primera luz del día.
     —A ver… Puede ser una coincidencia. No sé, dudo mucho que el mensaje que nos deje el asesino sea Lucía.
    —No es descabellado. Si lo interpretamos como que la tercera profecía empieza con Lucía.
    —No sale un bonito pareado y nada más. No tiene sentido.
    —¿Y si es el nombre de su siguiente víctima?
   —Sería la primera mujer que mata. Los asesinos en serie no suerlen comportarse de esa manera. Acabar con la vida de una mujer sería romper con su patrón y eso es algo inconcebible para su mente. Se sentiría desconcertado al escapar de su propia lógica.
     —Bueno, ya se ha demostrado que éste no es un asesino común. ¿Y si eso hace que se salga de lo que nos esperamos?
    —Entonces, que Dios nos coja confesados.
   Chrystelle sintió que un escalofrío recorría su espalda. La idea la fascinaba y aterraba a partes iguales.
    El ordenador mostró de pronto una alerta en la barra de notificaciones de la esquina inferior derecha. Había una nueva actualización en el programa.
    La subinspectora la abrió de inmediato. Por increíble que pareciera, ya tenían una coincidencia con el ADN de la sangre encontrada. Lo había encontrado en la base de datos vaticana.
    Pertenecía a Juan Pablo II.





     Nicolás y Carolina llegaron hasta el punto deseado.
   Ambos miraron el conjunto arquitectónico y se encontraron con sentimientos dispares. Carolina había estado ahí decenas de veces gracias a su padre. Paolo solo una. Precisamente fue acompañado por la misma muchacha que tenía al lado, en su idílica estancia en París justo en el momento en el que el amor surgió entre ambos.
    Carolina le había explicado durante un buen rato, por la noche, los motivos por los que ahora se encontraban ahí. Nicolás no tuvo más que rendirse a los pies de su novia. Una vez más, gracias a ella, había saltado una valla que él sólo hubiera sido incapaz.
    Miró su reloj, las diez y cinco de la mañana. El museo del Louvre acababa de abrir sus puertas. Se dirigieron a taquilla.
     Con la entrada en la mano, accedieron al museo.
    Carolina sabía perfectamente hacia dónde debía dirigirse, por lo que guió directamente a Nicolás hacia el ala Richelieu, donde estaba la obra del pintor Nicolas Poussin.
      —Entiendo que hayas sentido el impulso de venir aquí desde un primer momento, pero he leído en Internet que la obra de Poussin está muy repartida —comentó Nicolás.
    —Sí, lo está, pero aquí están sus cuadros más importantes. Si hay algo oculto en alguna de sus pinturas, tiene que estar aquí.
    —Eso es mucho presuponer, pequeña. A ver, aceptemos que la palabra Poussin haga referencia al pintor que dices. Hasta ahí bien. Ahora presupongamos que lo que quería decirnos el monje era que en una de sus pinturas se escondía un mensaje oculto. Bien, lo puedo aceptar. Pero, sinceramente, lo que no puedo presuponer es que esté a los ojos de todos. Yo hubiera elegido un cuadro que pasara sin pena ni gloria. De ahí el afán de querer tenerlo oculto.
     —Ahí te equivocas. Te he demostrado en más de una ocasión que, si quieres ocultar algo a los ojos de todos, pónselo en su propia cara. Creo que como policía te has topado más de una vez con algo similar.
     Nicolás no pudo más que asentir. En eso tenía razón.
    —Y en esto de los mensajes ocultos es así —prosiguió—. La flauta mágica, de Mozart, ¿te parece una obra conocida?
     —Joder, claro.
    —Vale, pues te soprenderá saber que dentro de la obra se esconce un rito iniciático masónico entre sus notas.
     Nicolás la miró soprendido.
   —Pero no sólo es eso. Te podría poner más ejemplos —pensó unos instantes—. Por ejemplo, Miguel Ángel. Pintó imágenes homosexuales y muchos mensajes referenstes a sus raíces judáicas en El juicio final. Si te ocurre una obra más visible de este autor que ésta, me lo dices —comentó sonriente—. Supongo que necesitan contar cosas, pero por diversos motivos no lo pueden hacer abiertamente. ¿Qué mejor que hacerlo en sus mejores obras? Las que ellos piensan que llegarán a más gente.
    —Vale, tú ganas. De igual manera, han tenido suerte. Ya se sabe que eso de los gustos… es muy dispar. Imagina que no hubieran pasado desapercibidas. Su mensaje se habría perdido.
    —Es algo con lo que ya contarían, supongo. Pero bueno, no todo iba a ser perfecto en este mundo de ocultismo tan complicado —rió.
    Llegaron hasta el ala y accedieron a la sala que contenía la obra de Poussin.
  La estancia estaba vacía, sólo una vigilante aburrida estaba sentada en una silla con la mirada perdida.
    —Está bien. Ya estamos aquí, ¿y ahora?
    —Joder, Nicolás, tu pesimismo me mata. No sé, miremos los cuadros. Puede que nos digan algo.
    Estuvieron unos minutos mirando uno a uno los cuadros. Nicolás estaba soberanamente aburrido a pesar de lo excitante de la investigación, el arte nunca lo había llamado lo suficiente y mirar cuadros no era una de sus pasiones. No era algo de lo que estuviera orgulloso. Es más, envidiaba a Carolina pues él quería sentir esa pasión que parecía sentir ella cuando se postraba frente a una obra de arte. Su cara mostraba tantas emociones que él deseaba sentir eso mismo.
     Tras un buen rato mirando cuadros, Carolina decidió darse por vencida.
    —No veo nada. No sé. Creo que me he emocionado demasiado pronto —dijo desalentada.
   —No digas eso. Lo que pasa es que buscamos algo que no sabemos ni lo que es. Quizá con un buen guía que nos explique el trasfondo de los cuadros… 
    —No sé ya qué pensar. Te juro que ayer pensaba que llegaríamos, al ver uno de los cuadros sentiría una corazonada y ya está. Misterio resuelto.
    —Si hay algo que tengo claro, Carolina, es que no podemos dejarnos llevar por ansiedad de tratar resolver algo a la primera. Eso te lleva al bloqueo, te lo digo por experiencia. Parémonos, analicemos la situación y vayamos por partes, como debe ser.
    —Está bien.
    —A ver. Antes me has comentado que, tanto Mozart como Miguel Ángel, dejaron esos mensajes en obras que, posteriormente, acabarían siendo de las más famosas. Obviemos el factor casualidad que te he comentado antes y aceptemos esa premisa. ¿Cuál dirías que es la obra más famosa de Poussin?
    —Es complicado de decir. Aquí entra lo que me has comentado, la cuestió de los gustos.
   —Pero si tuvieras que quedarte con una… Una que te venga a la mente nada más pensar en Poussin.
     Carolina se detuvo unos instantes y se giró sobre sí misma.
    —Los pastores de Arcadia, supongo. Pero porque era una obra que a mi pad…
    Se detuvo en seco.
    —¿Qué?
   —Que siempre que venía con mi padre a ver este museo, él se detenía en este cuadro y lo miraba con mucha atención. Lo recuerdo sonriendo mientras lo hacía.
    —¿Crees que él conocía el supuesto secreto?
    —No lo sé, pero por ahora es lo único que tenemos. Tiene que ser este.
    Nicolás se colocó delante del cuadro y comenzó a mirarlo.
    En él se podía ver a tres pastores y a una mujer. Los tres pastores leían una inscripción de lo que parecía ser una tumba.
    El inspector se acercó a leerla.
    —Et in arcadia ego —comentó Carolina sin mirar el cuadro.
    —¿Cómo?
    —Sería algo así como en Arcadia, también yo. Pero la frase parece estar mal escrita. Le falta el verbo.
     —Esto ya sí que no parece una casualidad…
    Carolina quedó pensativa durante unos instantes, Nicolás tenía razón. ¿Por qué Nicolas Poussin, todo un erudito de su época iba a escribir mal una frase en latín? Desde luego era extraño.
    —¿Qué piensas? —Quiso saber Nicolás.
    —Nada —contestó la joven saliendo de su ensimismamiento—. Creo que tienes razón. Pero ahora mismo no soy capaz de aclarar mis pensamientos.
    Nicolás volvió a mirar el cuadro.
    —¿Crees que el paisaje es inventado o representa algún lugar en concreto?
    —No lo sé, puede que represente lo que se considera como Arcadia, que es un región del centro de Grecia. La canciones pastoriles la consideraban un símbolo de la vida alegre, de la vida despreocupada.
    —¿Grecia? Joder, lo que nos faltaba ahora es un viaje a Grecia, en busca de la Arcadia de los cojones.
    —No sé, Nicolás, no creo que nos quiera decir eso. Ni siquiera estoy segura de que este sea el cuadro que buscamos, si es que acaso buscamos un cuadro.
    Nicolás comprendió que su novia se estaba viniendo abajo por las dudas y enseguida fue a ofrecerle su apoyo.
    —Carolina, si algo he aprendido desde que nos involucramos en esto es que nada es producto de la casualidad. Si hemos llegado hasta aquí es porque es el camino correcto. Creo que tu padre ya intentaba decirte algo con este cuadro de pequeña, ¿consigues recordar algo más?
     La joven cerró los ojos, eran tantos pensamientos los que se agolpaban en su mente que era incapaz de concentrarse. Trató de relajarse y hacer memoria.
     De pronto, se vio a sí misma con veinte años menos. Iba acompañada de su padre. La sala no estaba tan solitaria como en esos momentos, había más gente transitando de aquí a allá. Recordó que era fin de semana, puede que sábado por la mañana. Eso daba igual. Miró su mano, la sostenía su padre. Éste miraba emocionado el cuadro de Poussin, uno, según él mismo decía, de sus autores favoritos de todos los tiempos.
    —¿Te gusta? —Preguntó él con su casi habitual dulce tono.
    —Sí, mucho, pero me gusta más la Mona Lisa.
    —Sí, Leonardo era un gran maestro también. Tenía casi tantos secretos como Poussin, pero no tan importantes.
    —¿Qué secretos?
    —Si te los dijera tendría que matarte —se puso muy serio de pronto para después comenzar a reír muy divertido.
    —Jolín, papá. Siempre haces lo mismo.
    Dejó de reír de manera paulatina.
    —Ahora en serio. Adoro este cuadro. Además, tiene un mensaje muy bonito. Viene a decirnos que la vida pasa muy deprisa y que debemos vivir el momento.
    —Pues vaya rollo.
    —Jajaja —rió de nuevo—, además, ¿sabes que hay otro igual que muestra más secretos que éste?
    —¿Y dónde está?
    —Escondido, lejos de ojos que no estén preparados para saber la verdad.
   —Otra vez igual. Odio tus secretos.
   —Algún día te lo contaré. De momento, pronto te llevaré a ese paisaje que sale pintado detrás, para que lo veas con tus propios ojos.
     Carolina volvió de pronto al presente y recordó con claridad el nombre de aquel lugar.
    —Rennes-Le-Château —dijo en voz alta frente a la mirada de sorpresa de Nicolás.





    —Adelante —contestó Paolo desde dentro de su despacho frente los golpes de nudillos en su puerta.
     Ésta fue abierta y una figura alta y escuálida entró.
    Paolo se levantó y fue derecho a él. No dudó en abrazarlo para sorpresa del otro.
    —Padre Fimiani, no sabe cuánto aprecio su presencia en estos momentos. Menuda se está liando.
    —Imagino, después de lo que viví ayer yo mismo en la cripta donde enterraron a su Santidad…
    —Necesito serle directo. Es por eso que le he hecho venir. Al parecer todos los hechos se van relacionando entre sí. Le pondré al corriente.
    En los siguiente minutos, Paolo le contó todo lo que tenía sobre el caso. En circunstancias normales no le hubiera relatado a nadie tanto detalle, pero si alguien podía ayudarle con todo aquel embrollo, ese era Fimiani.
     Éste último se había quedado sin aliento al escuchar el relato del inspector. Su mente empezó a funcionar a un ritmo increíble.
     —Dígame lo que piensa. Sé que usted puede unir las piezas del puzzle.
    Fimiani miró a Paolo, casi con ojos compasivos.
    —¿Dice que la bala era la misma y que la sangre coincidía con la de su Santidad Juan Pablo II?
    —Sí, así es. Si va a decirme que tiene relación con el atentado de 1981, déjeme decirle que hasta ahí ya había llegado yo solo.
    —¿Y eso que me ha contado del mensaje?
    —Sí, Alloa sigue trabajando en él, pero hasta ahora sólo tienen el significado de Lucía.
    —Es ese. Es justo ese el significado.
    —¿Qué?
    —Inspector, escúcheme. Tenemos que ir al Vaticano ya. Ya sé cuál es la tercera profecía y lo que pretende. Debemos ir cuanto antes.
    Paolo miró con la boca abierta al sacerdote. No sabía si tomarlo por un genio o por un loco. Por suerte para ambos, optó por la primera.

     —Está bien, pero cuénteme por el camino todo lo que sepa.

1 comentario:

  1. He leído los tres últimos capítulos del tirón...éste en concreto me ha parecido muy interesante...deja abiertas todas las incógnitas en los tres núcleos de la investigación...por fín la parte de Nicolás y Carolina se pone más interesante...sigo disfrutando de tu lectura...gracias, amigo...:)

    ResponderEliminar